Laura
Gutman, del libro “ La maternidad y el encuentro con la propia sombra”
Todas las mamás, absolutamente todas, pueden amantar
a sus hijos. En vez de hablar de técnica, horarios, posiciones y pezones, vamos
a hablar de amor.
Amamantar a nuestro hijo nos va a resultar sencillo
si nos damos cuenta que es lo mismo que hacer el amor: al principio necesitamos
conocernos. Y esto se logra mejor estando solos sin apuro.
Cuando hacemos el amor con la persona que amamos, no
nos importa el tiempo, ni si el coito dura más o menos de 15 minutos, si
estamos mas en un lado de la cama o en el otro, si estamos arriba o abajo. No
nos importa si lo hacemos varias veces en una hora o si dormimos agotados y
abrazados todo un día. No hay objetivos, salvo amarnos.
Cuando nace un bebé, el reflejo de succión es muy
fuerte. Como su nombre lo indica, tiene el reflejo de buscar, encontrar y
succionar el pecho materno. Para ello solo se necesita que el bebé esté cerca
del pecho. Mucho tiempo. Todo el tiempo. Porque el estímulo es el cuerpo de la
madre, el olor, el tono, el ritmo cardíaco, el calor, la voz; en fin todo lo
que le resulte conocido.
Como en los encuentros amorosos-que de eso se
trata-,necesitamos tiempo y privacidad. Las mujeres necesitamos entrar en comunicación
con el hombre para acceder al acto sexual. No hay ninguna diferencia en el acto
de amamantar. El bebé necesita estar comunicado para sentir el contacto y poder
succionar, y las mujeres para producir leche y generar amor. Así de simple.
Se recordamos que la leche materna no es solo alimento,
sino sobre todo amor, comunicación, sostén, presencia, cobijo, calor, palabra, sentido…entonces
nos resultará absurdo negar el pecho porque “no le toca”, “ya comió”, o “es
capricho”. ¿Acaso es capricho cuando necesitamos un abrazo prolongado de la persona
que amamos?
Solo el alejamiento de nuestra esencia nos conduce a
pensamientos tan violentos hacia nosotras mismas y hacia nuestros bebés.
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