Ayúdame a mirar



Pedir ayuda significa sentir que la realidad y el futuro no serán aguas que nos lleven a puerto seguro.
Me reitero con los paralelismos, aunque en realidad son los acontecimientos los que se cruzan y afirman caprichosamente las teorías, pudiéndolas aplicar a esos acontecimientos. Puedo estar hablando de pedir ayuda a la pareja, amigos, familia, y también, a una doula.
Cuando una mujer comienza la búsqueda de una doula está pidiendo ayuda. Para confiar en otra mujer antes debe por lo menos, intuir que necesita ese apoyo. Tener la sensación que las cosas como están, o se la quieren presentar no son lo que imaginaba. Así, de esa manera no. Llega alguien  que le encienda una luz tenue para reconocer sus deseos y así encontrar las herramientas que están en ella. Aparece la búsqueda por algo distinto, aún sin saber qué ni cómo. Alguien que la guíe, la escuche y sepa interpretar sus emociones. Leyendo en sus entrañas, en voz muy baja respetando la entrega del secreto. Que no la juzgue por lo que en esos encuentros ella necesitará pedir.
Saldrán a relucir sus sombras y huellas. Algunas para reafirmar sus deseos y otras empañando la iniciativa. Las inseguridades y esos pensamientos oscuros que para un gran sector de la sociedad  son imposibles de aceptar en una madre.
Pedir ayuda es ante todo asumir que la necesitamos, que solas será mas difícil y los obstáculos no nos dejarán ser. Sonarán nuestros gritos animales en el pasillo de la búsqueda, cuando decimos me voy a morir, no voy a poder o ya no puedo más. Si dejamos que esa mujer se encuentre, transformaremos el “¡Hagan algo ya! ” en un “Déjenme que voy a poder”. Si elegimos a la persona adecuada, nos sostendrá para andar donde otros  en lugar de acompañar prefieren silenciar con una silla de ruedas, interrumpiendo el proceso de apertura desde nuestras entrañas, la vida misma que se abre camino inexorablemente y se transforma en alivio bañado de amor. La naturaleza nos hace poseedoras del mejor de los premios, la certeza del poder.


“Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad del mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura. Y cuando al fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió al padre: "¡Ayúdame a mirar!" (Eduardo Galeano.)

2 comentarios:

  1. Me encantó esta entrada, gracias por escribir! Besos

    ResponderEliminar
  2. Nos sentimos tan perdidas allí. Qué bueno que exista esta ayuda

    ResponderEliminar