¿De qué hablábamos diez años atrás?

Cuando la vi entrar me sentí emocionada, iba a poder compartir una noche literaria con aquella escritora que tanto me había gustado leer. Pensé, en algún momento de la noche me animaré a saludarla y decirle lo que he disfrutado con sus crónicas. 
La jornada había comenzado temprano, llegué a las nueve y con el hambre de aún no haber cenado me pedí una cerveza y agradecí la generosa tapa de frutos secos. La noche se presentaba sencilla y perfecta. En un momento me aparté un metro de la barra para saludar a un amigo. Ella, la escritora, se acerca a mi sitio que había dejado libre y comienza a comer mis frutos secos y patatas, inmediatamente se le arrima una amiga con la que  empezaron a conversar en confianza y hermetismo. A partir de ese momento fue imposible acceder a mi tesoro de frutos secos sin quedar como una mal educada. En ese instante mi estómago vacío anuló la admiración por aquellas crónicas y se transformó en bronca por la impotencia de no poder disfrutar mi tapa borrando de un plumazo la posibilidad de transmitirle mi admiración.
Intentando olvidar el irremediable incidente, ya no quedaba nada de la tapa, busqué a mis amigos. Los besos y abrazos fueron mejorando el mal comienzo. Presentaciones de rigor, alegrías por los encuentros y así una cosa llevó a la otra. Nos fuimos a cenar, ya de madrugada a tomar una copa por el barrio de Malasaña. Caminábamos conversando, y siguiendo al grupo llegamos a la zona de bares. En petit comité cuatro mujeres de promedio 38 años, algunas unos pocos más inclinando la edad a cuarenta y tantos. Veníamos conversando de parejas rotas, nuevas conquistas y segundas vueltas. Valoramos la excitación y el reconocimiento de sentirnos deseadas más que el objetivo en sí de la conquista. De cuáles son las expectativas en una nueva pareja después de dejar atrás una convivencia de una década. Todas ellas profesionales con su vocación clara aunque no siempre bien remunerada y contínua. La conversación fue llegando al gran tema: los hijos. Estábamos en la puerta de “La vía láctea”, mítico local de la movida madrileña. Vía Láctea proviene de la mitología griega y en latín significa camino de leche. Así lo afirma la mitología griega, explicando que se trata de leche derramada del pecho de la diosa Hera. Cuatro diosas contemporáneas preguntándose si de nuestros pechos la leche se derramaría algún día. A decir verdad solo una de ellas ya es madre y soltera por decisión propia. Intuyo que este dato animó a las otras mujeres abordar el tema con más libertad y esperando de la madre del grupo un punto de vista distinto que equilibrara las dudas, que esa noche el universo nos planteaba. El gran dilema era si el envejecimiento natural de los óvulos y la no estabilidad de una pareja no estarían presionando la incorporación a una maternidad entrañable y gozosa. A las dos de la madrugada estábamos dentro de la vía láctea con una música imposible de bailar y rodeadas de gente con copas en la mano, hablando de congelar óvulos.
Volvimos caminando por la Gran Vía. Hace muchos años que no lo hacía. Me pregunté al llegar a casa, de qué hablábamos hace diez años, en estas mismas noches donde salíamos de copas y el universo éramos nosotras.